Mi encuentro con Hugo Chávez

Hugo Chavez

Un mínimo intercambio de palabras y dos o tres horas de observar las personas que lo adoran me bastaron para entender un poco más a Hugo Chávez.

Fue en París, durante una entrevista que el presidente de Venezuela dio al servicio en inglés de la BBC. Yo era uno de los periodistas, productores y camarógrafos que asistimos a su encuentro en un elegante hotel en el centro de la ciudad. Ya sabíamos que no había ninguna posibilidad de que diera una entrevista a BBC Mundo porque a la oficina de prensa del presidente le interesaba una mayor difusión de sus declaraciones, a través del canal de televisión BBC World y del Servicio Mundial de Radio en lengua inglesa.

Mi función era asistir al presentador con la traducción, coordinar con la delegación presidencial y hacer una edición de la entrevista para BBC Mundo y el programa de radio en español que por entonces todavía existía.

Cuando llegamos al vestíbulo del hotel, nos encontramos con una buena cantidad de entusiastas partidarios de Chávez, con camisas y boinas rojas y banderas venezolanas. Algunos eran tal vez residentes en Francia pero otros parecían recién llegados de Venezuela. La espera, como suele ocurrir cuando se trata de entrevistas de este tipo, fue larga. El mandatario había pasado más tiempo de lo previsto en alguna de las actividades de su visita.

Mientras algunos de mis colegas se impacientaban, yo traté de no perder detalle de lo que pasaba a mi alrededor. En medio de los seguidores de Chávez, periodistas, huéspedes y empleados del hotel, una mujer trigueña con uniforme de camarera intentaba escuchar las conversaciones, yendo de un lugar a otro con un paño que pasaba sin convicción por las mesas. Su ademán no era de empleada, era de militar.

Después de las incómodas medidas de seguridad que siempre tienen mucho de aspaventosas, nos permitieron subir a la habitación donde se realizaría la entrevista. Al poco tiempo, no sé cómo aparecieron junto a los funcionarios de la oficina de prensa de Chávez y los militares alguno que otro partidario del presidente, entre ellos una mujer mestiza y de baja estatura.

No puedo olvidar a la señora, que vestía una camiseta con la imagen de su héroe. Con determinación, me preguntó: «¿quién se va a encargar de los micrófonos del presidente?». Le dije que nuestros camarógrafos lo harían. «Ah, es que yo soy quien siempre se los pone», me respondió con un tono de decepción.

Chávez llegó finalmente a la pequeña habitación del hotel en la que por motivos de espacio sólo podían estar él, su entrevistador, los dos camarógrafos y algún que otro edecán y agente de su seguridad. Su traductora, la comitiva presidencial, los productores de la BBC y yo estaríamos en la pieza contigua. A esas alturas yo había acordado con la intérprete que solo tradujera ella por conocer mejor que nadie el discurso del presidente.

Antes de iniciar la entrevista, Chávez abrió la puerta para saludarnos. Cada uno de nosotros se presentó diciendo de donde era. Cuando me tocó mi turno le dije que era cubano y con un apretón de manos, serio y mirándome fijamente me preguntó: «¿de dónde?». Le contesté que era de la provincia de Holguín.

«Ahí hemos estado», me dijo Chávez e hizo como si quisiera recordar el propósito de la visita.

A cada uno de nosotros dedicó al menos una o dos frases. A una colega nacida en Escocia le preguntó: «¿Y dónde dejaste la falda escocesa?»

Al finalizar la entrevista, el presidente no olvidó despedirse de nosotros con un «los esperamos en Caracas», una invitación que extendió mirando a la colega escocesa.

Podría decirse que fueron gestos pensados pero me parecieron espontáneos. La imagen que me llevé de ese fugaz encuentro es la de un hombre capaz de establecer comunicación fácilmente con los demás, aún cuando se sea ajeno a su discurso político. Dirán que es el toque del populista pero una cosa es verlo de lejos y otra de cerca.

La pasión de sus seguidores, como la mujer cuya realización personal era ponerle o sujetarle el micrófono, explica también a este hombre, tan seguro de su misión.

De Hugo Chávez tengo ese recuerdo. Tampoco se me olvida el caro perfume que llevaba.

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