Francisco y la eterna espera

Los cubanos no aprendemos de nuestra misma historia y en eso no somos tan inteligentes como pretendemos ser. A casi 57 años de entregarle el país a un hombre para que solucionara los problemas de entonces, seguimos esperando a mesías que nos iluminen y liberen de tantas penas acumuladas.

Durante décadas una buena parte de los alienados por la dictadura mantuvo la esperanza de que algún día Estados Unidos le pusiera fin. Después, con la caída del comunismo en Europa Oriental, preveíamos que el efecto dominó llegara al Caribe. Casi todos esperábamos pero poquísimos hacían. Porque – seamos honestos con nosotros mismos: lo nuestro es pasar, como decía el poeta Antonio Machado, pero pasar esperando.

Frustrados, quisiéramos que cada jefe de estado de país democrático que viaje a Cuba regañe a sus gobernantes y haga gestos públicos de solidaridad con los disidentes. Ese deseo se expresa con mayor vehemencia en las visitas de los papas a la Isla.

En estos días se quiere que en sus homilías Francisco condene explícitamente la represión a los opositores y la falta de libertades en nuestro país aunque se ignora que nada más llegar a La Habana, Bergoglio le recordó a Raúl Castro con palabras de Martí que se acabó el tiempo de las dinastías y los grupos.

Hasta ahora, el Papa ha dicho suficiente a los que tienen mentes para entender: ¿qué son si no sus llamamientos a la concordia, al respeto del diferente y a la construcción de una sociedad sin exclusiones?

Los críticos de Francisco y de los obispos, algunos muy furibundos, deberían volver a la realidad y ver nuestra propia historia. La Iglesia cubana de hoy, que se ha ido recuperando desde aquella perseguida y abandonada por muchos que se decían católicos, está en minoría entre una población políticamente apática y siempre creyente a su manera. Seamos sensatos entonces en lo que exigimos.

El Papa Juan Pablo II en su visita a Cuba en 1998 dijo, citando a Cristo: «no tengan miedo». Fue la frase que repitió muchas veces en su natal Polonia y que inspiró a millones de sus compatriotas para demandar un cambio. La historia es conocida. En nuestro país solo unos pocos oyeron y terminaron hostigados, cuando no en la cárcel. La mayoría, dentro o fuera, seguimos esperando.

Minarete y media luna…en La Habana

El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, declaró horas antes de llegar a Cuba en visita oficial que espera una respuesta de las autoridades cubanas sobre su propuesta de construir una mezquita en La Habana. El mandatario añadió que Arabia Saudita había hecho una solicitud similar. Lo informa hoy el diario turco Hurriyet.

Esta semana se dio a conocer también que Erdogan no quería una sino hasta dos mezquitas en la Isla. La segunda se supone que tenga el minarete orientado «hacia Santiago» dado el número de estudiantes musulmanes en esa ciudad. Los practicantes del Islam en Cuba, la mayoría extranjeros y un puñado de conversos, no pasan de cuatro mil, según el interesado presidente turco que pareciera haber asumido el título de Defensor de la Fe de los sultanes otomanos. Hasta ahora los seguidores de la religión islámica rezan en privado o en el edificio de la Casa Arabe en la capital cubana.

El celo por proveer a sus correligionarios de un lugar de culto en Cuba contrasta con el hostigamiento de la minoría cristiana en la propia Turquía. Numerosos son los casos de hostilidad e intolerancia, algunos extremos, como el asesinato del presidente de la Conferencia de Obispos Católicos, Monseñor Luigi Padovese, por su propio chofer y guardaespaldas quien alegó haber cumplido con un deber religioso.

Tan solo hace unos meses, durante la visita del Papa Francisco a Estambul, un sacerdote de la Catedral del Espíritu Santo de esa ciudad describió a la BBC el clima de inseguridad que vive la comunidad católica. A los protestantes no les va mejor con confiscación de biblias y otros actos de represión.

Y si esa es la situación en Turquía, ¿qué decir de Arabia Saudita, el país donde por ley no existen ni pueden construirse iglesias o importarse biblias y crucifijos?

Es probable que por conveniencia tarde o temprano se construya la primera mezquita en Cuba. Lo menos que desearía el gobierno cubano es que lo acusen también de prejuicios antimusulmanes. Y si negocios hay de por medio…

A la sombra de Fidel

Fidel es como la sombra de un árbol bajo el cual todos estamos. Es lo que acaba de decir palabra más, palabra menos su hijo Alex. El fotógrafo no exagera: el otrora gobernante absoluto sigue ejerciendo una influencia determinante en las decisiones de su hermano Raúl.

Después de largos meses de ausencia de la esfera pública, Fidel echó un balde de agua fría a las conversaciones de Estados Unidos y Cuba al publicar en los medios oficialistas que desconfía de Washington aunque dijo apoyar la solución de diferendos por medios pacíficos.

Días más tarde, Raúl Castro expuso cuatro condiciones para la normalización de las relaciones entre los dos países en la reunión de la CELAC, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe, que se celebró en Costa Rica. El general presidente reclamó el fin del embargo, la restitución del territorio de la base naval de Guantánamo, el cese de las transmisiones de Radio y Tele Martí y una indemnización por daños humanos y económicos.

El presidente Castro también urgió a Obama a que tome medidas como levantar la prohibición que pesa sobre Cuba para el acceso a créditos, al uso del dólar en transacciones financieras internacionales y a la adquisición de equipos y tecnologías con más de un 10% de componentes norteamericanos. Es decir, Raúl quiere que se desmonte el embargo, aun sin la aprobación del Congreso.

Tal parece que se hubiera llegado a un estancamiento de las conversaciones previstas para las próximas semanas. Raúl sabe que es imposible que Estados Unidos cumpla todas esas exigencias. De hecho ya un portavoz de la Casa Blanca dejó en claro que la Base Naval de Guantánamo no será devuelta.

De darse, los diálogos que se avecinan se anuncian difíciles. Serán diálogos de sordos en lo que respecta a derechos humanos porque para el régimen cubano estos siguen siendo anatema. Según el general, no se le pueden pedir cambios en el sistema político. En sus palabras, la oposición en Cuba es “artificial”.

Raúl y su guía quieren comercio con Estados Unidos a cambio de nada o de muy poco. Apuestan a que las compañías estadounidenses que quieren hacer negocios en la Isla y los legisladores que las representan en el Congreso actúen para desmantelar el embargo.

Motivos tienen para creerlo: ocho senadores acaban de presentar un proyecto de ley para eliminar las restricciones de viaje a Cuba y una representante propuso una iniciativa similar para poner fin a las transmisiones de Radio y Televisión Martí.

Los gobernantes cubanos nunca habían tenido tanta influencia dentro de Estados Unidos y tanta simpatía en América Latina. Esto explica en parte su dureza. El otro motivo de negarse a un quid pro quo con concesiones políticas a Washington es su temor a que la oposición, todavía limitada y fragmentada, pudiera fortalecerse.

Fidel Castro, maestro en la supresión de disidencias, todavía sienta la pauta en Cuba. El “ni un tantito así” es su doctrina. Su hermano y sucesor la sigue al pie de la letra. Por supuesto, no le importa que ese sea el principal escollo para las relaciones con Estados Unidos.

«Somos un pueblo»

Cerró ayer en el Museo Británico la exposición Alemania, memorias de una nación. La muestra proponía un recorrido por 600 años de la historia de aquel país a través de objetos. Y qué objetos. Entre ellos, un ejemplar de la Biblia de Gutenberg – el primer gran libro impreso en Occidente – , otra biblia con dedicatoria de puño y letra de Martín Lutero, un retrato de Erasmo de Rotterdam por Hans Holbein el Joven, una réplica de la corona de Carlomagno, una colección de fósiles que perteneció a Johann Wolfgang von Goethe, una cuna inspirada en el movimiento de la Bauhaus y un portón de hierro del campo de concentración de Buchenwald con la infame inscripción Jedem das Seine, a cada cual lo suyo. Presente estaba también un VW, símbolo del renacimiento en el Oeste de la posguerra. Todas son piezas que dan testimonio del decurso histórico de aquel país, de sus innumerables aportes al progreso humano y de su abismal caída por obra y desgracia del nacionalsocialismo.

Sin embargo lo más edificante fueron las imágenes en video de la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989, cuyo vigésimo quinto aniversario se celebró el año pasado. Estaban a la entrada de la exposición sobre una pancarta en forma del mapa de Alemania unificada con la consigna Wir sind ein Volk, Somos un pueblo. El cartel fue hecho por uno de los muchos manifestantes que salieron a las calles de Berlín Oriental para reclamar el fin de la división de las dos Alemanias.

Wir sind ein Volk

Las imágenes son una conmovedora demostración del poder de los pueblos para vencer a las tiranías. Una corriente humana incontenible pasaba arrolladora por las barreras que los guardias fronterizos eran incapaces de cerrar. Así, en el jolgorio colectivo, quedaban anuladas las prohibiciones y la separación. El represivo régimen de la RDA, privado de dos de sus armas esenciales, tendría a partir de entonces las horas contadas.

Ante ese espejo, la evocación de Cuba fue ineludible. Por obvias razones pero, sobre todo, porque los de la Isla y los de la diáspora seguimos siendo también un solo pueblo. Aunque durante 50 y tantos años se hayan empeñado en hacernos sentir lo contrario.

Motivos de Yunier, futuro emigrante ilegal

Yunier vio el discurso del presidente Obama el 17 de diciembre. Se quedó perplejo ante las tres grandes noticias de ese día: el regreso de los tres “héroes prisioneros del Imperio”, la liberación del americano Alan Gross – en sus palabras: “tremendo canje, caballero” – y el anuncio de las medidas para flexibilizar el bloqueo, como llama él al embargo. Así le dicen en Cuba desde que tiene uso de razón y él no ve la diferencia entre un término y otro.

Esa noche se reunió con sus amigos Yunieski y Carlos Manuel. El tema de la conversación no podría ser otro: ¿cómo puede la “bomba” de Obama cambiar las cosas en Cuba? En lo que a él toca, quiere saber si habrá algo que lo haga desistir de su idea de irse ilegalmente a Estados Unidos.

– Oye, dicen que esto es un regalo de San Lázaro.

– Ay, Yunier, qué San Lázaro ni qué cuento, lo contradice Carlos Manuel. Le oí decir a un disidente que si hay algo de religión en esto, es Januká.

– ¿Quién es Januká?

– Quién, no; qué. Es una fiesta religiosa judía y como Alan Gross es judío querían que estuviera con su familia para esta fecha. Esa gente movió cielo y tierra porque el hombre está enfermo. Hasta al Papa involucraron.

– Entonces el caso de Alan Gross aceleró lo que Obama tenía hace tiempo entre manos, tercia Yunieski.

– Compadre, el hombre ha estado bajo presión de las compañías que quieren hacer negocios aquí. Además, quisiera pasar a la historia como el presidente que terminó el conflicto con Cuba.

– Bueno, ¿pero ustedes creen que esto mejoraría?, pregunta con un dejo de sorna Yunier.

– Quisiera pensar que sí, que algo nos toque cuando empiecen a llegar los yumas.

– ¿Estás soñando, Yunieski? Con medio bloqueo o sin bloqueo a nosotros no nos llegará nada o muy poco. Se beneficiarán el Estado, los que trabajan en turismo con más propinas, los que tienen paladares y los taxistas. Olvídate. Con esas gotas no serán muchos los que se mojen, sentencia Carlos Manuel.

Yunier asiente. Él lo tiene pensado desde hace tiempo: la única forma de darle un mejor futuro a su hijo y su mujer es irse a Estados Unidos. Cree haberlo intentado todo en Cuba. El sueldo de 20 dólares al mes que le pagaba el Estado apenas le alcanzaba para subsistir.

Tampoco ganaba mucho cuando se aventuró a trabajar por cuenta propia, en puestos de esto o aquello. En parte, porque los impuestos fijos eran un hueco en sus ganancias.

Le fue un poco mejor cuando revendía ropa que un conocido traía de Ecuador. Pero el negocio terminó cuando el gobierno decidió limitar drásticamente la cantidad de artículos que los cubanos pueden traer al país.

A los 38 años, está convencido de que su juventud está por terminar sin haber logrado lo que quiere. Y no ha tenido suerte: Él, sin parientes cercanos que lo patrocinen, ha entrado dos veces en la lotería de visas de Estados Unidos, sin resultados. La única solución que ve a su problema es una salida ilegal.

Hace unos días volvió a encontrarse con Carlos Manuel. Hablaron de las conversaciones entre Cuba y Estados Unidos en La Habana e, incidentalmente, de los disidentes. Su amigo le contó que a fines de año hubo detenciones en la Plaza de la Revolución para evitar que una artista cubana residente en el extranjero abriera un micrófono a todos los que quisieran decir algo.

No entiende que alguien quiera arriesgarse por decir lo que piensa. No ve cómo la libertad de expresión pueda resolver su problema. No conoce las propuestas de los disidentes. Nunca los ha visto de cerca. Tampoco quiere. No vaya a ser un obstáculo en sus planes.

Sabe que Estados Unidos y Cuba coordinarán más su combate a la emigración ilegal. Sabe también que por ahora continuará la Ley de Ajuste, una gran ayuda pero no el motivo para irse. De no haberla, lo intentaría también como lo hacen haitianos, mexicanos y centroamericanos.

De camino a casa ve un mural desactualizado. “Volverán”, grita en letras rojas y negras el lema de la campaña por el regreso de los cinco agentes del gobierno cubano en Estados Unidos. No puede dejar de pensar que quizás dentro de unos meses emprenderá el camino contrario.

Con la burocracia cubana hemos topado

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Fragmento de un cartel de la película cubana La muerte de un burócrata (1966)

Mi entrada a Cuba no estuvo exenta de contratiempos. La oficial de inmigración que examinó mi pasaporte me informó que debía renovarlo durante mi estancia en el país. De lo contrario: “tendrá problemas a la salida”. Todo un espléndido recibimiento.

Como todos los pasaportes cubanos, el mío se vence cada seis años pero debe validarse cada dos con sus consiguientes pagos.  El gobierno de Cuba somete así a sus ciudadanos a periódicos gravámenes para mantener un documento de poca utilidad a no ser para entrar y salir del territorio nacional.

Los que no están en el ámbito cubano recomendarán que quienes tenemos doble nacionalidad viajemos con el pasaporte del país adoptado. Varias veces escuché esa sugerencia. Es una opción imposible para Cuba, amigos míos.  Por ley, los que emigramos después de 1970 tenemos que ir a la tierra que nos vio nacer con el pasaporte cubano.

No renovarlo fue cuestión de olvido. El pase de marras permanece encerrado en un escritorio entre viaje y viaje a la Isla. No hace falta para nada más.

En todo caso, mi omisión, que pagué en tiempo, molestias y más dinero, me llevó a ser parte y testigo de algunas de las arbitrariedades que conforman el día a día del cubano.

-¿Dónde tengo que ir? , indagué con la oficial que me dio la mala noticia en el aeropuerto de La Habana.

-No sabría decirle. Creo que en las oficinas del carné de identidad del municipio donde se hospede. O pregunte arriba en las oficinas de inmigración.

Lo único que quería era salir de aquel lugar hacia mi destino. Ya averiguaré, me dije.

Intentar informarme por teléfono probó ser una vana ilusión. Nadie respondía las llamadas y, cuando lo hacían, era con un terminante “aquí no es”. Alguien sugirió una oficina en el Vedado, una pista falsa. Al llegar, resultó ser una especie de notaría para registrar propiedades y oficios. Dos buenas almas nos dirigieron al lugar correcto, en Miramar.

El taxista cobró bien el viaje. A juzgar por los precios, me atrevería a asegurar que los taxistas de La Habana deben estar entre quienes más ganan en Cuba. Si el salario mensual de un cubano promedio es de 20 dólares, algunos choferes ganan eso mismo en una sola carrera.

Mi destino era lo que llaman una consultoría jurídica donde la maquinaria burocrática cubana se manifiesta en su forma más burda, absurda e insensible. Radica en una de esas casas “de la antigua burguesía” convertida en dependencia pública.

Cuando llegué, un grupo de personas se arremolinaba ante la verja de la entrada principal cerrada con candado. Cada cierto tiempo, una empleada se acercaba y abría solo a aquellos que venían por ciertos trámites.  Tuve suerte: la prórroga del pasaporte me hizo franquear la reja.

En el piso superior había que registrarse antes de pasar a un salón lleno de personas que esperaban su turno en medio del calor de agosto que no mitigaba un solo ventilador.  Una mulata clara de anchas posaderas controlaba la admisión a aquella suerte de antecámara. Con amable sonrisa me indicó que me faltaba un sello tal y que debía estar de vuelta antes de la una de la tarde si quería ser atendido ese día.

Sin otra alternativa, busqué un taxi para que me llevara a uno de los bancos donde se vende el tipo de sellos para la validación de pasaporte. El chofer puso precio a la ida, la espera y la vuelta. Acepté para no perder más tiempo.  Al llegar cerca del banco, me confió:

-Mira, como hay cola, dame 5 CUC para el guardia en la puerta. Quédense aquí. Yo traigo el sello.

Pocos minutos después, el diligente chofer regresaba con la estampilla.

De vuelta al salón de espera, entre caras de fastidio y resignación, un hombre que se me había parecido al periodista disidente Reinaldo Escobar – esposo de Yoani Sánchez por más señas –  y que resultó serlo, exigió de la portera una explicación por dar prioridad a ciertas personas en detrimento de quienes esperaban desde muy temprano. El intercambio fue más o menos así:

-Hay dos empleadas, dijo con tranquilidad la guardiana. Una atiende pasaportes y la otra el resto de las gestiones. Tengo que ir intercalando.

-Esto es una falta de consideración a quienes están aquí desde las seis de la mañana. Lo que pasa es que ahora hay que sacar los antecedentes penales aquí también. Pongan más empleados.  Bastante dinero nos cobran en moneda convertible por todas las gestiones. Esta institución es francamente inmoral, respondió a voz alzada Reinaldo.

El quizás no lo vio o escuchó pero entre los que esperaban pacientemente hubo gestos y palabras de aprobación. Eso sí, casi en murmullo.

A la una de la tarde se nos pidió que abandonáramos el salón y saliéramos del edificio. Era la sacrosanta hora del almuerzo en la que nadie está a cargo. Todos salimos a la calle a matar 60 minutos de nuestras vidas.

Cuando al fin me llegó el turno, el trámite fue rápido.

-Venga dentro de tres días a buscar su pasaporte.  Ahora cuando baje, vaya primero a la oficina a la izquierda de la escalera donde entregará este documento. Después pague en la caja que está a la derecha. Una vez que tenga el comprobante, me lo trae de vuelta.

En la oficina de la izquierda había tres mujeres ociosas frente a sus computadoras. La que me atendió  escribió algo en su base de datos. Le tomó segundos, me devolvió el papel que le había llevado y volvió a su inactividad. La cajera, ausente de la caja, se hizo esperar unos minutos.

Al regresar tres días después para recoger mi pasaporte, me esperaba el mismo agobio en aquel salón que en su encarnación anterior como dormitorio de burgués vio seguramente momentos más gratos.

Un amigo acompañante me hizo notar que la portera hacía gestiones por personas que esperaban fuera de la habitación. Atento a lo que sucedía, vi llegar a una negra gruesa con quien parecía un marido europeo o canadiense.

– ¿Para recoger el pasaporte?

– Pida el último allá adentro.

– ¡Ay mami, no!…Mi avión se me va esta tarde.

– Pase a la primera oficina.

Con ese precedente, me acerqué a la dueña y señora de aquellas puertas y le susurré:

-Tengo un taxi que me está esperando –era verdad- y me está cobrando muchísimo  -que era relativamente cierto.

La empleada hizo un gesto como incordiada pero, receptiva a mi pedido, se levantó rápidamente y extendió la mano para que le diera mi citación. Un minuto después aparecía con mi pasaporte estampado con la dichosa prórroga. Las gracias y nos fuimos a toda máquina de aquel lugar.

Por un lapso que hallo difícil perdonarme, tuve que chocar nuevamente con uno de los aspectos más desagradables de la Cuba cotidiana, el de lidiar con una burocracia caribeñamente kafkiana, tan persistente como el régimen que la sustenta.

Sexo y espíritu empresarial en Cuba

El corresponsal para América Latina del diario británico The Guardian, Jonathan Watts, escribe sobre lo que pareciera ser una nueva forma de cuentapropismo en la Cuba de las reformas raulistas: las posadas particulares. Watts habla con un veterano de la guerra de Angola quien, con su esposa rusa, alquila habitaciones a parejas que buscan un lugar donde desahogar sus pasiones. El negocio, que no es nada nuevo, tiene ahora patente legal. A los dueños les va bien al parecer porque están haciendo mejoras al establecimiento, incluyendo camas de concreto…Pensar que hasta esto lo administró hasta no hace mucho el Estado cubano.

The Guardian: Cuba’s lovers check in to a golden age thanks to economic reforms

 

Cuento del visir, la cadena y el mono intocable

Érase una vez un visir cuyo encargo era hacer que los cronistas del reino escribieran sobre una cadena sucia y oxidada que sujetaba a un viejo y malhumorado mono. «Digan la verdad sobre la cadena», repetía el ministro y advertía: «pero nada malo del simio».  Aun así, los empleados callaban o decían muy poco por temor a despertar la ira del primate, quien era nada más y nada menos que el soberano de aquel país. 

Cualquier semejanza de esta historieta con la realidad de la prensa oficial cubana es muy intencional. El vicepresidente Miguel Díaz-Canel exhorta de vez en vez a los medios de comunicación del Estado a ser más críticos. Sin embargo, estos no responden o se limitan a exponer alguna corruptela menor y publicar quejas de los ciudadanos. La explicación es simple: en Cuba los periodistas siguen el código de meterse con la cadena – los males de mecánica del sistema – pero jamás con el mono, la cúpula del régimen.  

Díaz-Canel volvió a la carga hace unos días ante la Unión de Periodistas. El dirigente pidió crítica con equilibrio e «integralidad» y se dijo preocupado por la autocensura en los medios. Con ese discurso, el funcionario manifiesta dudosa ingenuidad porque bien debería saber que nadie quiere arriesgarse a una reprimenda o peor, a que los truenen, para decirlo en un lenguaje muy cubano, muy de nuestra experiencia de los últimos 55 años. 

Pero por un momento no dudemos de la sinceridad de Díaz-Canel. Si nos atenemos a sus palabras, él estaría proponiendo que los profesionales de la prensa cubana den a conocer todos los puntos de vista de un argumento, a favor y en contra, e informen sin omitir o distorsionar ningún dato importante. 

Imaginemos. Si quisieran poner manos a la obra con un tema de actualidad,  Granma y Juventud Rebelde – los dos principales diarios de alcance nacional- podrían publicar reportajes a fondo sobre los exhorbitantes precios de los automóviles a la venta desde comienzos de este mes. Sus periodistas hablarían con los cubanos frustrados por la imposibilidad de comprar los vehículos y entrevistarían a los funcionarios que fijaron su valor. Una pregunta clave podría ser – ya que de «integralidad» se trata – a qué nivel se aprobó la descabellada medida que ha causado tanta ofensa entre la población. 

Podrían también, para corregir sus muchas faltas de leso periodismo, investigar los vínculos entre el empresario chileno Max Marambio – condenado en ausencia en Cuba a 20 años de cárcel por un caso de corrupción –  y el general Rogelio Acevedo González, el destituido presidente del Instituto de Aeronáutica Civil de Cuba. 

Volvamos a la realidad: este no es el tipo de prensa que quieren Díaz-Canel y sus superiores. El llamado del vicepresidente es solo a meterse un tanto más con la cadena, a hacer más atractiva una prensa anodina. Como para recordar la coyunda que sujeta a los periodistas cubanos, el funcionario advirtió que en la profesión «el problema ideológico es estratégico frente a la propaganda subversiva contra nuestro país del neoliberalismo y de los que pretenden restablecer el dominio neocolonial en Cuba».

Érase una vez… 

 

Khmer rojo, una historia mal contada por Granma

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El diario Granma, el «órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba», celebra los 35 años del triunfo del ejército vietnamita sobre el criminal régimen del Khmer rojo en Camboya. El 7 de enero de 1979 unidades militares de Vietnam y sus aliados camboyanos entraron en Phnom Penh, la capital, poniendo fin al gobierno de Pol Pot.

Granma condena el exterminio de casi un cuarto de la población de Camboya y nombra a tres de los principales asesinos. Todo bien, solo que olvida convenientemente señalar al comunismo como la ideología con la que se justificó el genocidio. Para decirlo con palabras de Oscar Wilde, esta es la ideología que no se atreve a decir su nombre.    

Los khmer rojos eran, nada más y menos, el Partido Comunista de Kampuchea o Partido Comunista Khmer. Para que no quedara duda de sus objetivos, vale la pena citarlos. Sus gerifaltes se jactaban de ser «la primera nación en construir el comunismo sin perder tiempo en los pasos intermedios».

No menciona Granma que China fue el valedor del engendro, como la Unión Soviética lo fue de Vietnam. Ni tampoco el elemento ultranacionalista del khmer rojo que matizó el conflicto con los vietnamitas.

Por cierto, Cuba fue uno de los pocos países que mantuvieron misiones diplomáticas en la «Kampuchea Democrática» durante los casi cuatro años que duró la catástrofe. Las buenas relaciones terminaron cuando el régimen de Pol Pot expulsó a los cooperantes cubanos en 1978.

Granma no cuenta la historia completa y pareciera hacerlo con notable retraso. Durante el genocidio, que recordemos, ni una palabra.      

Granma: Camboya pasa la página pero no olvida

En este blog: En un campo de muerte del jemer rojo 

El Delfín

Raúl Castro finalmente tiene un sucesor aparente en Miguel Díaz-Canel Bermúdez quien ocupa ahora esa plaza vacante desde el descalabro de Carlos Lage en 2009.

Díaz-Canel fue elevado al puesto de primer vicepresidente del Consejo de Estado y de Ministros el pasado 24 de febrero ante una Asamblea Nacional que,rutinariamente obsecuente, refrendó sin objeciones su nombramiento.

Si no comete ningún error que dañe la escurridiza confianza de sus jefes, el ingeniero eléctrico será el próximo presidente de Cuba en febrero de 2018 después de que Raúl, tal como prometió, deje el cargo.

Díaz-Canel trae consigo una hoja de servicios que le ayudó a pasar el tamiz de los Castro. Quienes conocen su trayectoria dicen que dejó una estela de obras en su natal Villaclara y en Holguín, provincias en las que fungió como Primer Secretario del Partido Comunista.

El nuevo delfín tiene una imagen de dirigente probo y sin ínfulas que seguramente también le allanó el camino hacia el Palacio de la Revolución.

Sin embargo, su virtud mayor es la lealtad a Raúl y Fidel, que estará, como nunca antes, bajo constante escrutinio durante los próximos cinco años. No cabe duda de que Díaz-Canel es hoy uno de los hombres más vigilados en Cuba. El debe saberlo bien. Basta con que tenga en cuenta las escuchas de las conversaciones privadas entre Felipe Pérez Roque y Carlos Lage que pusieron estrepitoso fin a su carrera política.

La verdadera novedad dentro de cinco años no será la ausencia de un Castro en la dirección del Estado sino el cambio en cómo se ejerce el poder en Cuba. Sea Díaz-Canel u otro, el ungido como mandatario será un mascarón de proa, una suerte de administrador que hará lo que le dicten los dueños del negocio.

Los méritos y peligros de ser Eliecer Avila

– «Y yo que había perdido la esperanza con los jóvenes cubanos», le dije en un tuít a Aguaya, quien escribe el blog Desarraigos Provocados.

– «Y ya ves», me respondió.

De verdad, hay que ver que el ingeniero informático Eliecer Avila Cicilia, de 25 años, me ha sacado de cierto e inevitable pesimismo sobre el futuro de Cuba. Para quienes siguen las noticias que vienen de allá, Eliecer no necesita presentación: fue el muchacho de las preguntas incómodas al presidente de la Asamblea Nacional, Ricardo Alarcón, en la Universidad de Ciencias Informáticas en 2008.

Era lo que millones de cubanos querían y todavía quieren saber: cuándo podrán viajar libremente, cuándo acabará la doble moneda, etc. Ya sabemos el ridículo que hizo el titular, aparentemente vitalicio, de la presidencia del seudoparlamento que tenemos en la isla.

Eliecer ha salido ahora de la oscuridad de su Puerto Padre natal donde se ha venido ganando la vida recientemente como vendedor de helados. En una entrevista con Antonio G. Rodiles, director y conductor de Estado de SATS, Avila dice valientemente unas cuantas verdades sobre la realidad cubana.

La claridad de sus planteamientos y su elocuencia son de admirar si se tiene en cuenta que pocos de sus contemporáneos en el país parecen interesarse en política. Hasta ahora la inmensa mayoría de la juventud cubana, incluso la que emigra, se interesa más que nada en resolver sus necesidades materiales y las de sus familias.
Es notable también que Eliecer sea de origen campesino, un guajiro, del atrasado oriente del país.

Hay que suponer que el gobierno intente evitar que cunda el ejemplo. Los desengañados son peligrosos, sobre todo si son jóvenes, audaces y saben comunicar sus ideas. Esperemos, con optimismo, que Eliecer no sea víctima de hostigamiento, campañas de descrédito o cualquier otra forma de persecución.

No puedo dejar de incluir en este blog los videos de la conversación entre Eliecer y Rodiles. El que tenga ojos para ver…

Otra Cuba es posible

Una Cuba dialogante a la que la agresión verbal y la exaltación le son ajenas. Una Cuba conciliatoria, incluyente. Una Cuba sin resentimientos, que mira a futuro. Seis cubanos que me hacen pensar que esa otra Cuba es posible.

Razones ciudadanas from Yoani Sanchez on Vimeo.

«Mientras en Cuba no exista libertad todos debemos estar aquí para luchar por ella». Oscar Elías Biscet

Oscar Elías Biscet y su esposa Elsa Morejón – Fotos desde Cuba

A poco de salir de la cárcel ayer, Oscar Elías Biscet ratificó su compromiso con un cambio pacífico en Cuba. Sus declaraciones en BBC Mundo y en el diario español El Mundo.

Vergonzosa ausencia

Cuba no asistió a la ceremonia de entrega del Premio Nobel de la Paz in absentia al disidente chino Liu Xiaobo, quien cumple una condena de once años de cárcel por pedir democracia y derechos humanos para su país. De esa forma, el gobierno cubano se sumó al boicot de sus aliados en Pekín que también secundaron Venezuela, Rusia, Vietnam, Irak, Irán y Arabia Saudita, entre otros. No es secreto que la deuda cubana con China crece y en la actual situación económica sería suicida contrariar a un acreedor que desesperadamente necesita apoyo. Al régimen cubano tampoco le es difícil un gesto como este: no puede aplaudir lo que él mismo niega en la Isla.

Mientras en Oslo el gobierno chino ponía en evidencia ante el mundo su naturaleza dictatorial una vez más, en Cuba 60 mujeres, Damas de Blanco y simpatizantes, eran maltratadas por una multitud convocada por las autoridades. En las calles de La Habana se repitió el triste y deprimente espectáculo de la represión de quienes solo exigen el cumplimiento de la Declaración Universal de los Derechos Humanos precisamente en el día en que Naciones Unidas honra este logro de la humanidad. Otros disidentes fueron detenidos. No parece que Raúl Castro tiene otras armas para lidiar con los disidentes en las calles que no sean las habituales: el acoso físico, la amenaza y el insulto.

Lamentablemente, el gobierno de Cuba sigue teniendo un desaprobado en materia de derechos humanos. Si bien puso en libertad a la mayor parte de los presos políticos por la intercesión de la Iglesia Católica, la condición que les ha impuesto para excarcelarlos es que abandonen el país. Once de ellos que se niegan a hacerlo aun permanecen en prisión.

En Cuba se violan todavía sin pudor las garantías individuales de sus ciudadanos a entrar y salir del territorio nacional, a asociarse, reunirse, expresarse con libertad y recibir y diseminar información.

La ausencia de los diplomáticos cubanos del gran salón del Ayuntamiento de Oslo este 10 de diciembre es el reflejo de otra ausencia, la de los derechos humanos en la Isla, una que es más importante y vergonzosa.

Ver: Liu Xiaobo, una hormiga molesta.


El voto infame de Cuba

El canciller de Cuba, Bruno Rodríguez Parrilla, en Naciones Unidas. (Foto de archivo)

La bloguera Yoani Sánchez pide a Mariela Castro, directora del Centro Nacional de Educación Sexual de Cuba, el CENESEX, una explicación por su tibio rechazo a un voto cubano en Naciones Unidas que contradice su trabajo a favor del respeto de la diversidad sexual en la Isla. Como es sabido, Cuba se sumó a un grupo de países encabezado por Benin que propuso retirar la mención de la orientación sexual de una resolución que condena las ejecuciones extrajudiciales, arbitrarias o sumarísimas. La enmienda fue aprobada por 79 votos a favor, 70 en contra y 17 abstenciones el pasado 16 de noviembre.

Es poco probable que Mariela responda porque simplemente no sabe cómo explicar que Cuba apoye crímenes contra personas por su inclinación sexual. Si ha hablado del asunto con su padre, el presidente Raúl Castro, o con el Ministro de Relaciones Exteriores, Bruno Rodríguez Parrilla, no tiene una explicación creíble que ofrecer.

Al alinearse con Irán, Sudán y otros violadores de los derechos humanos, el gobierno de Cuba parece lanzar por la borda su iniciativa para vender una imagen más favorable en el exterior con Mariela como portaestandarte: desde hace unos años la directora del CENESEX viaja con regularidad a Europa para hablar del respeto de las minorías sexuales en la Isla. Ella no lo hace a nombre propio, sino como representante de una institución oficial.

Como bien observa Yoani, la interpretación más lógica de este voto es que los actuales gobernantes de Cuba hacen un favor a países que a su vez lo devolverán cuando llegue el momento. En realidad Cuba ya estaba en deuda: muchos de ellos se opusieron a las condenas de las violaciones de los derechos humanos en la Isla cuando estas se presentaban en la ONU. Otra conclusión es que en los círculos del poder en Cuba no se toman muy en serio la labor de Mariela.

Más que a la hija del presidente, es a él y a su canciller al que habría que pedir explicaciones. Ellos bien podrían corregir el error retirando el voto de Cuba pero eso requiere que alguien muy arriba admita haberse equivocado. Por supuesto, no hay que hacerse ilusiones: el derecho a la vida de los homosexuales en el mundo no parece interesar a Raúl Castro y mucho menos a Rodríguez Parrilla.

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Para referencia, Cuba votó con los siguientes países a favor de la enmienda de marras:

Afganistán, Arabia Saudita, Argelia, Angola, Azerbaiyán, Bahamas, Bahrein, Bangladesh, Belize, Benin, Birmania,  Botswana, Brunei, Burundi, Camerún, China, Comoros, Congo, Costa de Marfil, Corea del Norte, Djiboutí, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Eritrea, Etiopía, Ghana, Granada, Guyana, Haití, Indonesia, Irán, Irak, Jamaica, Jordania, Kazajstán, Kenia, Kuwait, Líbano, Lesotho, Liberia, Libia, Madagascar, Malawi, Malaisia, Maldivas, Mali, Marruecos, Mozambique,  Namibia, Níger, Nigeria, Omán, Pakistán, Quatar, República Democrática del Congo, Rusia, Ruanda, Saint Kitts and Nevis, Santa Lucía, San Vicente y Granadinas, Senegal, Sierra Leona, Siria, Somalia, Sudáfrica, Sudán, Surinam, Suazilandia, Tanzania, Tayikistán, Túnez, Uganda, Uzbekistán, Vietnam, Yemén, Zambia, Zimbabwe.

Condenado por “sionista” (a propósito de las declaraciones de Fidel Castro a Jeff Goldberg)

Fidel Castro invitó a Jeffrey Goldberg a La Habana para hablar de su última obsesión, una guerra nuclear que aniquilará a medio planeta. Durante el rendez-vous le dio al periodista y escritor estadounidense dos noticias para su diario The Atlantic que le han dado la vuelta al mundo: que el modelo cubano no funciona y que está en desacuerdo con el presidente de Irán Mahmud Ahmadinejad por negar el Holocausto judío.

Lo primero, en lugar de sincero reconocimiento de la catástrofe económica en que se encuentra Cuba, terminó siendo un colosal lapsus linguae que revela que el mayor de los Castro ya no tiene toda la claridad mental de antes, aunque él y sus admiradores quieran aparentar lo contrario.

Como muchos otros cubanos, he perdido la capacidad de sorprenderme con lo que dice el ex presidente. Durante sus más de cincuenta años en el poder, Castro ha acumulado un historial de contradicciones para las que siempre tiene una justificación. Sus recientes declaraciones de simpatías por los judíos y por el derecho de Israel a existir entran en esa categoría.

Durante años, el estado de Israel ha sido objeto de constante vilipendio en la prensa cubana. Granma y Juventud Rebelde se refieren a Israel como la “entidad sionista” culpable de los más horrendos crímenes. A su vez, los atentados contra civiles israelíes por parte de organizaciones terroristas palestinas nunca reciben igual condena. La impresión es que la violencia está de cierto modo justificada por la llamada ocupación israelí.

La escuela cubana tampoco le hace justicia a la persecución de los judíos de la que habla Fidel. En las clases de historia contemporánea que recibí, el Holocausto fue sólo una mención casi de paso mientras que el estado de Israel aparecía como agresor y gendarme de Estados Unidos en el Medio Oriente.

La aversión a Israel me tocó de cerca en mis años en la Universidad de La Habana al final de la década de los setenta y comienzos de los ochenta. En la residencia estudiantil del Vedado conviví con varios estudiantes palestinos que, como yo, cursaban estudios en la Facultad de Filología. En varias ocasiones intercambiamos puntos de vista sobre el conflicto del Medio Oriente. Por sinceridad o ingenuidad les hice saber que en mi opinión Israel tenía tanto derecho a existir como los propios palestinos. No tardó mucho tiempo para que estos jóvenes, militantes del Frente Democrático y del Frente Popular de Palestina, me denunciaran por “sionista” a la Juventud Comunista cubana, ese refugio de mediocres y aprovechados. La gravísima falta no era sólo expresarme a favor de la existencia de Israel sino algo tan nimio como llevar una camiseta con la imagen de un menorá, el candelabro judío de siete brazos que data de los tiempos más antiguos de la religión hebrea.Por entonces me interesaba en el judaísmo y asistía con regularidad a la sinagoga.

La denuncia condujo a una especie de juicio en la residencia estudiantil organizado por la Juventud Comunista y presidido por la decana de la Facultad de Filología, Lázara Peñones. No era yo el único sometido a este auto de fe. Por esa época, a comienzos de 1980, Fidel Castro había lanzado una de sus tantas ofensivas ideológicas; esta tenía el lema de “la universidad es para los revolucionarios”. Había que purgar los centros de estudios de todos aquellos que se apartaban demasiado de los dogmas oficiales. Eran tiempos en que Castro estaba preocupado con los crecientes contactos de la población con la comunidad cubana en el exterior a la que se le permitía visitar el país desde hacía unos años. El temor del Máximo Líder era que con los jeans y las grabadoras llegaran también ideas que tarde o temprano condujeran a un cuestionamiento de su gobierno. En mi caso era culpable por partida doble. No sólo era portador de una peligrosa desviación ideológica, la de creer y expresar que Israel tenía derecho a existir. Entre mis faltas estaba también vestir ropas extranjeras, que en el absurdo de la Cuba de entonces era un delito de “ostentación”.

Mi juicio fue rápido. Se leyeron las acusaciones en mi contra, a las que respondí. En cuanto al conflicto en el Medio Oriente, insistí en que estaba por la paz entre Israel y los palestinos, algo que al parecer no era lo que querían escuchar la Decana y su compañía. Una de las pocas cosas que dijo la licenciada Peñones era que no se podía ser “pacifista a ultranza”. La Juventud Comunista propuso expulsarme de la residencia. En el mejor ejemplo de procesos estalinistas se votó la propuesta a mano alzada. Todos mis compañeros de piso votaron a favor aunque dos o tres me pidieron comprensión más tarde. Otros evitaron dirigirme la palabra desde ese día. La decisión de expulsarme de la residencia tenía el objetivo de que al ser un becario procedente del interior de la isla y con las escasas posibilidades de encontrar alojamiento en La Habana tuviera que abandonar mi carrera.

Días después, esta vez en la sede de la Facultad de Filología, tres profesoras me sometieron a un riguroso escrutinio ideológico. El proceso no condujo a una expulsión formal de la universidad. Me permitieron continuar mi beca pero por deferencia hacia los palestinos me enviaron a otra residencia estudiantil. Poco después de llegar a ella, apareció en una de las puertas un enorme cartel de una de las organizaciones donde militaban mis denunciantes, en el que se destacaba una serpiente entrelazada con la estrella de David. Una provocación, sin duda.

¿Quién permitió que estos fanáticos sentaran pie en Cuba y se les educara en nuestras universidades? ¿Quién dio luz verde a aquella farsa por el delito de defender a Israel?

Paradójicamente es el mismo anciano que hoy deplora la persecución de los judíos.

Al cabo de los años pienso en aquel sambenito de sionista que me colocaron dos o tres estudiantes palestinos y aceptaron los jóvenes comunistas de la Universidad de La Habana con los que por desgracia me tocó convivir: si sionista es apoyar la existencia de un estado que es una solución a tantas injusticias históricas y que además es un modelo de democracia en el Medio Oriente, lo soy y a mucha honra. Por sus declaraciones a Goldberg, hasta el mismo ex presidente de Cuba lo fuera ahora si lo juzgaran con el mismo criterio con que me juzgaron en 1980.

(Este artículo es una colaboración para Semanario Hebreo)

Una especie de milagro (a propósito del día de La Caridad)

Los cubanos de la Isla y su Diáspora celebramos ayer el día de la Virgen de la Caridad del Cobre, nuestra Patrona. Es la fecha del nacimiento de María según el calendario católico.

De todas las advocaciones de la Madre de Cristo, el de «la Caridad» nos recuerda la principal virtud cristiana que es amar a Dios y al prójimo como a uno mismo. Paradójicamente, si algo está en falta todavía entre nosotros es un elemental respeto al otro, indispensable premisa para la reconciliación de Cuba con sí misma.

Muchos son los agravios acumulados en más de medio siglo: fusilamientos, expropiaciones, cárceles, humillación, separación, destierro, innumerables injusticias. Es algo que nunca podrá olvidarse. Sin embargo, si queremos un futuro mejor para los nuestros, urge poner a un lado las ofensas y aprender a convivir con quienes las infligieron o con sus herederos. La historia indica que ese ha sido el caso de la España posfranquista y de los países de Europa del Este después de la caída del comunismo. Esos casos demuestran que la prosperidad económica va de la mano de la paz social y esta a su vez nace de un acomodo con quienes formaron parte del régimen anterior.

La mayoría de los que deseamos un cambio profundo en Cuba estamos dispuestos a poner en segundo plano las diferencias entre nosotros e incluso estrechar la mano de quienes detentan el poder si fuera necesario. El problema radica en realidad en éstos últimos, tan aferrados a sus puestos y tan temerosos de su supervivencia.

En los últimos meses, impelidos por la necesidad de mejorar las relaciones con Europa, los gobernantes cubanos han liberado a presos políticos. La medida es perfectamente calculada pero si alguna conclusión puede sacarse de ella es que el régimen sí está dispuesto a negociar cuando le conviene.

Si bien es cierto que hasta ahora el gobierno sólo parece estar interesado en obtener ventajas en el extranjero, es necesario que comprenda los beneficios de una liberalización interna que no se circunscriba al ámbito económico. La Iglesia Católica cubana ha abierto una ventana en el edificio cerrado y hermético del régimen en su papel de intercesora por la liberación de los presos políticos. Dada la renuencia de los gobernantes a escuchar a sus críticos cubanos, la jerarquía católica debería continuar sus gestiones ahora por la libertad de expresión, asociación, prensa y a entrar y salir del país por sólo citar algunos de los derechos que no están vigentes en Cuba.

Los pueblos engañan y las circunstancias cambian de la noche a la mañana pero tal como se ven las cosas, Cuba no cambiará con revoluciones violentas ni intervenciones extranjeras. La inmensa mayoría de los cubanos no lo quiere, ni siquiera piensa en esas dos posibilidades como solución a sus problemas. Es por eso que la negociación con quienes controlan el país se presenta como la única vía. La Iglesia tiene entonces al alcance de sus manos obrar una especie de milagro: el que los cubanos construyamos un país para todos. Ese sería el mejor homenaje a La Caridad.

El premio mayor de Yoani Sánchez

Yoani Sánchez acaba de recibir el Premio Príncipe Claus. El Fondo que lleva el nombre del esposo de la reina Beatriz de Holanda, explica que le otorgó el galardón a la filóloga habanera por «llamar la atención del mundo hacia la realidad cubana a través de su blog, por su ejemplo valiente e inspirador al dar una voz a los que se les ha privado de ella y por demostrar el inmenso impacto que las tecnologías de comunicación por internet tienen como herramientas de cambio social y desarrollo».

Hace tan sólo unos días, el Instituto Internacional de Prensa, con sede en Viena, nombró a la autora de Generación Y como Héroe Mundial de la Libertad de Prensa . En su página de internet, esta institución que agrupa a dueños de medios, editores y periodistas señala que el blog de Yoani es una «crítica acerba de la vida en Cuba y un contundente recordatorio al mundo de las restricciones sobre la libertad de expresión en la isla caribeña».

Los dos recientes galardones se suman al Premio Ortega y Gasset de Periodismo Digital que le concedió el diario español El País en 2008 y el Maria Moors Cabot de la Universidad de Columbia en 2009.

Los detractores de Yoani, los oficiales y los oficiosos volverán a emplear en esta ocasión sus sobados argumentos: que ha sido fabricada por los enemigos del gobierno cubano en el exterior, que aviesamente distorsiona lo que sucede en Cuba y que nunca habla de las bondades del sistema. No faltan incluso los que cuestionan la calidad de los textos que publica. Los pocos que desde otro flanco arremeten contra ella intentarán sembrar dudas sobre sus motivos e invocarán el derecho a no tener ídolos.

Las críticas son comprensibles. Una figura como la de Yoani provoca alarma entre los que ejercen el poder, tan acostumbrados a que nadie utilice la palabra sin permiso para expresar lo que está mal y que burle tan espectacularmente sus barreras. Por eso han intentado contra ella las armas de la amenaza, el acoso y el desprestigio. Nada ha conseguido alejarla de su misión.

El mérito de Yoani es abrir un camino por el que pocos se atrevían antes a transitar en Cuba: unos cuantos blogs se suman ahora a Generación Y como voces alternativas en el país. Si bien es cierto que los premios reconocen el mérito de esta mujer de apariencia endeble, la mayor recompensa para ella es la de saber que a golpe de valentía está devolviendo un derecho a sus compatriotas.

¿Fidel contrito por la persecución de los gays?

Mi opinión, en entrevista con la BBC.

Escuchar (en inglés)

Teatro del absurdo

No es obra de Beckett ni de Ionesco. Es una realidad que supera la más ilógica ficción.

Los habitantes de un país pobre reclaman mejores niveles de vida, quieren el cese de diabólicas prohibiciones y obstáculos que les impiden ganarse por sí mismos el sustento a través de su propia iniciativa, sueñan con el derecho a salir y entrar del territorio nacional sin traba alguna y aspiran a que no se les acose por manifestar en público convicciones políticas alternativas a las de su gobierno.

En lugar de debatir a fondo y con urgencia todas o alguna de estas cuestiones, el Parlamento del estado de marras se reúne para escuchar a un ex gobernante que advierte sobre una posible guerra nuclear de la que nadie habla en el mundo. El discurso tiene un tono especulativo pero los diputados, que deben representar los intereses del pueblo, se deshacen en loas al viejo líder devenido profeta.

Sucedió en La Habana el sábado pasado. Fidel Castro, protagonista y autor de esta pieza, se meció en el anticlímax. En lo que la BBC calificó de «polished performance», el ex presidente bajó intensidad a la alarma que había echado a rodar entre sus más fervientes partidarios cubanos y extranjeros por un supuesto inminente ataque de Estados Unidos a Irán. El enfrentamiento daría pie a una catástrofe nuclear. La alocución de Castro podría resumirse en algo así como: «Me equivoqué pero por buenas razones. Miren lo que está en juego; por eso intento hacerle conciencia a Barack Obama».

Es preocupante que un hombre que todavía ejerce influencia en los asuntos de un gobierno crea que su misión es salvar a la humanidad. Después de ver su presentación ante la Asamblea, dudo de que retome sus cargos, como algunos especulan. Lo que inquieta realmente es que nadie en su entorno se atreva a decirle la verdad para ahorrarle el ridículo. Eso sería mucho pedir. Por cierto, la adulonería de los diputados me recuerda una anécdota que le atribuyen a varios dictadores latinoamericanos, esa en la que el gobernante pregunta qué hora es y sus servidores le responden: la que usted diga.

Para consulta: Discurso de Fidel Castro e intercambio con los diputados cubanos.

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